Modelada en barro cocido, esta arquitectura alargada en pequeño formato, supone una inmersión de Ortega Brú en el mundo de la abstracción.
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Aunque es de barro, está patinada dándole un color parecido al de la madera. Es una escultura no figurativa que representa una arquitectura en ruinas, desordenada, como de raíces. La reminiscencia a una enredadera seca, algo así. Arcos rotos, raíces intrincadas. Quizás aluda al paso del tiempo.
“Tenemos la necesidad de asociar la idea de tiempo a la de vida, que es goce y padecimiento”, escribía Juan Eduardo Cirlot en un artículo titulado «La expresión de los viejos muros».
La percepción de nuestra vida es así, una sucesión de momentos seleccionados en nuestra memoria. Por esta asociación de la escultura con el paso del tiempo, se convierte en una especie de paisaje del alma, imagen onírica relacionada con las pinturas fantásticas que el sanroqueño realizaría. Aquí también podríamos hablar del surrealismo, otra vanguardia artística de principios del siglo XX.
Fíjate en esta pieza la próxima vez que vengas al museo.